Al castillo de Embid





    En lo alto de un otero
centinela sin descanso
está el castillo de Embid
día y noche vigilando.

    Él, sabe muchas vivencias
de alegrías y de llantos
de noches negras y frias
y de días soleados.

    De charlas junto a sus muros,
a la sombra, en el verano
o buscando el sol caliente
cuando el clima es destemplado.

    De lanzamientos de barra
y carreras de muchachos,
de partidos de pelota
en su muro desconchado.

    Es, el símbolo del pueblo,
el recuerdo inolvidado
de los que se fueron lejos
y de los que allí han quedado.

     Ha visto pasar los coches
por la carretera, al lado
y niños con bicicletas
y el traginar de los carros.

    Pasear a las doncellas
en los días de descanso
con sus vestidos mas nuevos
y los labios bien pintados.

    Nacer y crecer a todos
y marcharnos de soldados
a Madrid, Jaca, Melilla
El Aaiún, Cuba, Barbastro.

    Y nos ha visto llegar
una vez ya licenciados
contentos y satisfechos
de cumplir lo encomendado.

   Al bajar del autobús
y mirar hacia lo alto,
que alegre ver su silueta
dominante del poblado.

    Es el recuerdo peremne
de aquellos que mallí, a su lado,
un día vieron la luz
y por sus muros treparon.

    Al igual que muchas cosas
se ha hecho viejo, se ha gastado,
sus cubos, se van cayendo,
su torreón se ha doblado.

    Pocos se acuerdan de él
al menos en los despachos,
los presupuestos no llegan
para poder arreglarlo.

    Ha tenido por vecinos
la iglesia y el camposanto,
la fragua, que ya se fué
y la casona de al lado.

    Ha contemplado las rondas
con las canciones de antaño,
y pasar las procesiones
con las banderas y santos.

    Tú, castillo de mi pueblo
tú, querido y no olvidado,
te resistes a morir
tú, si eres un toro bravo.


       Pamplona, Febrero de 1992
      @ Germán Herranz Rillo



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